viernes, 13 de noviembre de 2009

"Desnaturalizar la violencia, revalorizar la palabra"

Por Griselda García

La palabra violencia deriva del latín violentia, donde vis significa "fuerza, poder". Es una fuerza destinada a sojuzgar a otros para el beneficio y la satisfacción del deseo de uno. Amenaza la existencia del otro y apunta a lograr que éste ceda y se adapte a uno. La violencia comienza al ignorar la voluntad del otro y “pasarlo por encima”. A veces, hay que prestar atención a los dichos populares y frases hechas por que guardan verdades de amplio alcance. ¿Qué significa “pasarle por encima” a alguien? Nada menos que aplastarlo, pisarlo… ¿qué más violento que eso?Desde la óptica de él/la violento/a, el otro es un instrumento para usar. A partir de aquí utilizaré el genérico en masculino (“violento”), sólo a efectos de simplificar el lenguaje, pero remarcando que incluye a las mujeres. Vale la aclaración, ya que en esta temática a menudo se escuchan hombres pidiendo que se haga foco en las mujeres violentas, un fenómeno creciente al que me referiré en otra oportunidad. Por lo general el agresor reproduce el maltrato sufrido invirtiendo los roles: si lo maltrataron, a su vez maltratará. Los insultos y descalificaciones escalan con lentitud hasta tomar proporciones difíciles de mensurar que resultan devastadoras para la víctima. Uno de los mayores riesgos consiste en naturalizar el hecho, ya que eso impide cambiarlo. Paradoja de la tortura: la víctima se acostumbra al látigo. La inmoralidad cotidiana produce un acostumbramiento al abandono, el maltrato y la inseguridad, como un barro del que es difícil salir. Al interiorizar las relaciones de poder, éstas se convierten en evidentes e incuestionables, incluso para los sometidos. Esa violencia simbólica se construye socialmente y marca los límites dentro de los cuales está permitido pensar. Como advierte Bourdieu (1999) la violencia simbólica no es menos importante, real y efectiva que una violencia activa ya que no se trata de una violencia “espiritual” sino que también posee efectos reales sobre la persona. En el entorno familiar es como si el violento “se descargara” con su pareja y/o hijos. ¿De qué se descarga? ¿Qué es lo que lo carga?: la frustración ante una situación económica caótica, las necesidades básicas insatisfechas, una sociedad que expulsa al “pobre” y lo marginaliza, la explotación laboral, la desocupación, la falta de atención médica adecuada y un amplio y doloroso etcétera. Los niños ven que no es el esfuerzo de sus padres lo que garantizará el progreso de la familia sino el azar. Según Silvia Bleichmar esta es la imagen con la que se describe a los campos de concentración. ¿Quién sobrevive? Los que se esfuerzan y los que tienen suerte. Esta situación genera profundas huellas psíquicas en el individuo. No es difícil imaginar cómo será el futuro de un niño que creció en este entorno. Al decir de Fernando Ulloa serán la cárcel, el hospital o el cementerio las salidas posibles de los menores. Ellos asisten, además, a toda una sociedad que pide la “baja de la edad de imputabilidad”, culpabilizándolos por algo de lo que ellos son sólo un emergente. Más seguridad, es el reclamo de la mayoría, más policías en las calles. Me recorre un escalofrío de miedo cada vez que lo escucho. Citando a Baumann, promover la seguridad siempre exige el sacrificio de la libertad; en tanto que la libertad sólo puede ampliarse a expensas de la seguridad. Una vez más, será el equilibrio entre ambas instancias lo que provea la clave. De estos temas –arduos y tratados una y otra vez en los medios- es de lo que “se cargan” quienes luego se descargarán mediante actos violentos. ¿Y dónde quedaron las palabras? No es novedad que el lenguaje sufre un empobrecimiento en todas las áreas en que se lo usa, pero qué gran problema tenemos como sociedad si comenzamos a prescindir de ellas para comunicarnos y debemos recurrir a los golpes. Si la violencia es grande es porque hubo una desesperación equivalente soportada a lo largo del tiempo. Al no haber un otro que con su mirada sostenga el dolor y el sufrimiento, éstos toman la forma de acciones violentas dirigidas al Estado y a la justicia que, en lugar de asumir su responsabilidad, aplican la ley fogoneados por una sociedad que también prefiere ver la falta afuera y, en lo posible, lejos: otra vez, la cárcel, el hospital o el cementerio.En lugar de castigo al “culpable” sería deseable crear un plan de prevención a través de redes que contengan al menor y le provean formas de insertarse en el mundo laboral. ¿Suena utópico? Tal vez lo sea, pero vale la pena seguir intentando instalar el tema desde una perspectiva más humanitaria.

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