domingo, 4 de julio de 2010

"El hombre y el fútbol" - Luis Darío Salamone


Cada cuatro años se desata una epidemia. Aunque hay quienes viven enfermos toda su vida. Pero un extraño virus se reactiva y abarca el globo terráqueo con esa regularidad. Históricamente atacaba sólo a los hombres, ahora parece extenderse cada vez más entre las mujeres. El virus se llama Campeonato Mundial de Futbol. Y Argentina es uno de los países más afectados. Se entusiasman hasta quienes nunca ven un partido. Las casas se visten de celeste y blanco y la gente también. A la hora del partido Buenos Aires es un desierto, y entonces algunos pocos salen con orgullo a la calle para mostrar que no se han contagiado.

¿Por qué puede llegar a ser tan importante un partido de futbol?

Quizás la pregunte no sea pertinente, como lo ha planteado Juan Sasturain: “Lo que está en cuestión no es si el futbol es importante o no. Sin duda que no lo es. Su trivialidad es del mismo orden que la de la jardinería o el alpinismo; la administración de empresas y los diez mandamientos. Se puede vivir sn sin ellos. Y en eso el fútbol es como la pesca, el cine, la literatura, el póquer, la bolita con rodilleras o el budismo zen: qué pone o saca cada uno -que no es otro sino uno- de esa experiencia que puede ir, en todos los casos, del entretenimiento más imbécil y alienado al saludable vislumbre de la belleza, al soberbio temblor metafísico.”[i]

Si lo del temblor metafísico les parece una exageración pueden consultar la obra titulada “¿La pelota no dobla?”[ii] (que pone un interrogante en una afirmación realizada por Daniel Alberto Passarella, cuando fue director técnico de la Selección Argentina de futbol para racionalizar la derrota frente a Ecuador en Quito por las eliminatorias del mundial de Francia 1998), donde pueden encontrar una serie de ensayos filosóficos sobre el tema que nos ocupa y que el periodista Dante Panzeri denominó la “dinámica de lo impensado”. El libro dice que resulta llamativo que, con la fascinación que provoca el futbol en millones de personas, este fenómeno no halla captado el interés de los académicos., quizás por un prejuicio, porque no se ha considerado al futbol como un fenómeno lo suficientemente serio.

Partimos de que se trata de un juego. Aunque como sucede con las cosas tomadas por la neurosis y el discurso capitalista la cuestión se ha arruinado. Eduardo Galeano en “El fútbol a sol y a sombra”[iii] comienza afirmando que “La historia del fútbol es un triste viaje del placer al deber”, pero eso es la neurosis misma, particularmente la obsesiva. Que aquello que comienza con ganas, por el accionar del superyó, no tarda en convertirlo en una obligación. Esto sucede con la profesionalización. Afortunadamente esto no sucede con los espectadores, auque un hincha en una oportunidad me comentó como estaba atrapado por una serie de rituales que le hacían imposible disfrutar del espectáculo.

Todo parte del Homo Ludens, esa relación que el ser humano tiene con lo lúdico, de que el hombre vuelva a ser un niño jugando por un rato, pero el juego se ha tornado espectáculo, en algo para mirar, en un buen negocio.

Veamos que nos enseñan estos autores que se han decidido a escribir sobre aquello que los apasionaba. Galeano nos habla del hincha que, una vez por semana, huye de su casa para dirigirse a la cancha, el estadio es pensado como una suerte de templo, y el fútbol como una religión pagana. Se pregunta incluso si el fútbol no es la religión de los pueblos y asegura que se parece a Dios en la devoción de los creyentes y la desconfianza de los intelectuales. Kipling se burló del fútbol y los espectadores, esas “almas pequeñas que pueden ser saciadas por los embarrados idiotas que lo juegan”. Luego de ser definido el fútbol como un montón de adultos en pantalones cortos corriendo detrás de una pelota, Borges dictó una conferencia sobre la inmortalidad el mismo día y a la misma hora que estaba jugando Argentina su primer partido en el Mundial 78. No se puede generalizar, pero Galeano piensa que mientras los intelectuales conservadores piensan que la idolatría a la pelota es la superstición que la plebe merece, los de izquierda descalifican al fútbol “porque castra a las masas y desvía su energía revolucionaria”.

La crítica más rotunda sin suda a sido escrita por Juan José Sebreli en su libro “La era del fútbol”[iv]. Hay que decir que al menos consideró que el futbol era un tema digno de ser estudiado. Plantea que el fútbol, lejos de surgir de las masas populares se trata de un típico producto de la conservadora clase alta inglesa. En un segundo momento, se convirtió en un deporte popular, jugadores y públicos provenían de las clases bajas y media, la clase burguesa se alejó de él y se refugió en el rugby y el cricket. En un tercer momento, con la mediatización, deja de ser elitista o popular para transformarse en una pasión sin diferencias de clases sociales.

Sebreli caracteriza al hincha, la elección del club jamás es producto de un balance racional. Sin embargo hay determinaciones subjetivas, identificaciones. También cita a Dante Panzeri para plantear al hincha como un enfermo que no ha sido reclutado por los servicios médicos y farmacéuticos, peligrosos o mansos, están enfermos. Como ejemplo de la salud mental del hincha se citan los casos de suicidios. Habla de la violencia, los negocios, los barra bravas, realiza una crítica demoledora del mito Maradona, de la relación con la magia y la homosexualidad. Sasturain ironiza: algunos lo ven al fútbol como opio o religión, tanto que haría falta un Marx de envergadura para teorizarlo, pero asegura que “Sebrelli no da la talla”.

Galeano señala la identificación masiva que se produce, no se dice “Hoy juega el club del cual soy hincha”, sino “Hoy jugamos, ganamos, perdimos, nos estafaron…”, etc. El fanático es definido como el hincha en el manicomio. Alguien que en oportunidades no va a ver el partido, su campo de batalla es la tribuna misma. Los barra bravas llevan esto al extremo, particularmente a partir de la incidencia del consumo de alcohol o tóxicos.

El fútbol es comparado con el teatro y, efectivamente, retoma la catarsis propia del teatro griego, como pocos espectáculos. Pero para Galeano es aún más, se trata de una sublimación ritual de la guerra, se refiere a los jugadores, no a los barras que no tienen demasiada capacidad sublimatoria.

Hay una referencia a Enrique Pichón-Riviére, quien organizó un equipo con sus pacientes del manicomio, y colocó como su tarea prioritaria la estrategia del equipo de futbol. Era el entrenador y el goleador de su equipo.

Por supuesto que lo que se pone en juego, en verdad, es algo del orden de la evasión, quien fue el presidente de Real Madrid durante la dictadura de Franco: Santiago Bernabéu, decía que les estaban prestando un servicio a la nación, que es tener contenta a la gente. Vicente Calderón dijo que era bueno para que la gente no piense en otras cosas más peligrosas. Es lo que logró la dictadura argentina con nuestro Mundial 78.

Hay que hablar de lo que todos esperan: el gol. Galeano dice: “El gol es el orgasmo del fútbol. Como el orgasmo, el gol es cada vez menos frecuente en la vida moderna”.

Pero para jugar se necesita a la pelota, se le dan muchos nombres: el esférico, la redonda, el balón, en Brasil, será por eso que la tratan tan bien, nadie duda de que es mujer, le dicen la gordita, gorduchinha, o la nena, menina, a veces le ponen nombres propios: Maricota, Leonor o Margarita.

Esto nos hace recordar a lo que Freud planteó en “Sobre la más generalizada degradación de la vida erótica”, cuando afirma que la bebida puede ocupar para un hombre el lugar de una mujer, y que incluso le resulta más fácil al hombre permanecerle fiel, lo mismo sucede con la pelota ¿será por eso que a algunas mujeres les molesta la relación que el hombre tiene con el futbol?

¿A partir de esto resultaría exagerado ubicar a la pelota en las fórmulas de la sexuación Lacaniana, del lado del objeto, en ese vector que conecta al sujeto con el objeto causa?

Pero por sobre todas las cosas me parece que el espectador que más ventaja saca de un partido de fútbol es el neurótico obsesivo que por noventa minutos puede salir del infierno de sus pensamientos para seguir, hipnotizado, a una pelota que va y viene. Esto es lo que no pueden entender las mujeres, que en general no son obsesivas y sus síntomas no se juega tanto al nivel del pensamiento. Por eso me gustó la expresión “dinámica de lo impensado”, aunque fue planteado en otro sentido. La pelota va y viene y el obsesivo se ahorra la tortura del pensar. Pero después quedará pensando nuevamente en el desempeño de los equipos. Esto pude verse en los programas deportivos que analizan lo acontecido en el partido. Con respecto al entusiasmo de las mujeres en el mundial responde, en la mayoría de los casos, a un contagio histérico. Los Campeonatos Mundiales, como ciertas fechas patrias, inflan ciertos ideales capaces de unir a una nación. Cuando no se logra el objetivo, el ideal caído aplasta a los sujetos, y a ese entusiasmo que llevó a enarbolar banderas, le sigue una tristeza ante el ideal caído, y se requiere de una suerte de duelo.

La pelota proporciona el placer de lo lúdico, del narcisismo reconfortado cuando se hace una buena jugada, un gol; o, cuando se es un simple espectador, la satisfacción de la mirada, identificado al portador de la pelota. Es innegable que proporciona placer. Que da lugar a una ilusión, y también a la desilusión. A veces, por qué no, provoca cierta felicidad.

A la teóloga alemana Dorothee Sölle un periodista le preguntó:

- ¿Cómo le explica usted a un niño qué es la felicidad?

Y ella le respondió:

- No se lo explicaría, le tiraría una pelota para que jugara.

[i] Sasturain. Wing de metegol. Página 12. Buenos Aires, 2007.

[ii] Torres y Campos (copiladores). ¿La pelota no dobla? Libros del Zorzal. Buenos Aires, 2006.

[iii] Galeano, Eduardo. El fútbol a sol y a sombra. Siglo XXI editores. Buenos Aires, 2007.

[iv] Sebreli, Juan José. La era del fútbol. Editorial Sudamericana. Buenos Aires, 1998.

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